"Mamá me va a enseñar a como se besa un santo. ¿Y si no quiero?. Abuela me va a enseñar como se besa un santo. Pero dije que no quiero. ¿Lo llamo a papá?
No. Vos mamá...a ver... ¿Cómo se besa un santo?
Imaginando Josefina."

TEXTOS POÉTICOS




Si te quedó una moneda y cae la noche, abrí la ventana, tirála lejos, bien lejos. 
No te duermas con la chirola. Lanzala al vacío, a la boca del lobo. 
Eso le dijo ella al hermano de alguien que ya no recuerdo.
Y yo nunca me anime porque siempre me dijeron que al chanchito se lo llena de a poco. 
Tengo mil noches en la panza del puerco y recién me doy cuenta.
Cuánto vale una panza llena?
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Como el movimiento involuntario de los ojos que al dormir comienzan a ir de acá para allá, desesperadamente, conscientes que la guardia del inconsciente descansa y hay que asaltarla antes que se avive. Así, a lo morse pero sin conocer el código, mentira, conociendo el código pero sin saber que se va escribiendo, comienzan a moverse lo finos hilos de las pupilas. El meollo está a un pelito de revelarse en sueños.

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Tus caracoles 
en la noche
y mis ojos
y mis niños
trenzados quedaron
en la mesa tendida.




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Siempre el sol quemó la fachada
Siempre la cuadra lloro algún muerto
Las persianas bajas, las miradas en frascos de oliva.
La vecina detrás, siempre detrás
de la hendija,
 de la mesa,
 de la cocina,
de los conejos del fondo.
Silencio, siempre
silencio a las tres y a las ocho.
La chapa verde del patio de la abuela,
la luz endeble sobre los mosaiquitos,
la siesta,
 siempre
 la siesta 
teñida de musgo.
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Se acercó cantando, traía los pastizales y las cabras.
la trenza y el anillo.
Venía del fondo de los campos, cargando la noche y el humo.

En el patio, la cocina, las manos de la madre, 
la hoz corto los tomates, 
las yemas sacaron la leche,
había hombres y nosotras 
a tiempo hicimos.

Luego la habitación pintada, los vestidos sobre el cuerpo nuevo.
Tinte rojo, los pies encerados.
Ella me sujetó del pelo y la hubiese dejado, surcar mi rostro, despertar los nombres, 
la hubiese dejado estrujar las muñecas, adornarme con brillos y plásticos viejos.

Pero el hombre habló.

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Me quedaron los ojos en los cadáveres.
En las velas despedidas en el río. Allá están sobre la multitud apacible. Sobre las latas y las cabezas.  Flotando pacíficos en los párpados de la vaca. Hilvanados en las telas expuestas. Sumergidos en la basura celebrada.
Las polleras y los santos, las ruedas y los pilastros no saben que hacer con estos bultos perdidos.

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Una lata
sostiene una cabeza
una lata de conserva
la mujer duerme
sus sueños están a salvo.
 

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La desnudes de las viejas iguanas, no me dejaron sola en el verano.
Vinieron cada vez que lo permití, cada vez y más, ellas vinieron.
Se escondían entre las piedras mami, entre las sábanas escalaron las desdichadas.
Venían con los secretos, a enseñarme los ropajes del invierno duro.
Son tan feas y tan pocas
Las iguanas están en casa, apoderadas del terreno estéril.


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Extendí el cuerpo sobre la manta.
Extendí las penas de los ancestros.
Lave la boca con un vacío.
Y ya.




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Hay una bolita de metal.
De acero inoxidable, supongo.
Es perfecta, brillosa sin saturados.
Cuando extiendo la mano, pica en el fondo del dedo y baja por las rendijas de los tendones.
Muñequea por la arboleda.
La bolita no se detiene frente al cangrejo, ni frente al topo, ella avanza sostenida entre los míos.
Es ágil, fuerte? 
De plomo tal vez.
No.
Es una lucesita encendida que me recorre incesante.
Cuando la noche asoma acelera el paso, hay que mantener iluminado el edificio.
La temperatura de mis labios, los calores de mejillas, son quizás exabruptos de bolita, sobre acciones en las zonas.
Por donde habite, retornan los lechuzones, cantan en coro las distraídas.
Las ruedas del carromato, las madreselvas y los rinocerontes encapuchados vuelven al ruedo.
La bolita aviva los muertos.


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Soy sangre, conejo, luces en las medias.
Soy lo que puedo, lo que me sobra.
Herida.
Soy
cuántos muertos


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Aveces no se trata de reinventarme sino de recordarme.
Descubrir en la mirada volteada los ojos de aquel ciervo.
Oír el sueño de la tortuga, besarle las arrugas ásperas, acunarme en sus pestañas históricas.
Atender los llamados. Todos.
Actualizar la memoria para reconocer la casa.

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Aire.
Hilo.
Hueco infinito.
Mis ojos otra vez sobre el camino negro.
Mis manos otra vez armando el mundo.
Mi pecho tallado.
Mis manos pa, mis manos rezan. Nunca aprendí a rezar y lo hago de la mejor manera, imaginando, dejando pasar caras de chinos, pedazos de casas tomadas por los yuyos.
Hoy vi esa fachada, la que nunca había visto, vi México, cactus pinchosos en su puerta.
Hoy vi lo que fui, o lo que sospecho haber sido.
Me gustó mi hogar, defendido. Me gustó el sol sobre ese techo inconcluso.
Después otra vez las ratas con caritas de niñas, las ratas pa, con caritas de hombres, las ratas otra vez.


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No eran tres, eran cinco las mujeres.
Eran cinco torsos sobre las velas. Sobre las penas desperdigadas, sorteadas y vueltas a repartir.
Daban lo mismo las tuyas, las mías, las de ellas. Eran las penas puestas sobre las manos. En bolitas de masas. En polvitos con tinte.
La sombrilla de entonces y las refugiadas.
El hombre sin pelo, el hombre y su manto, el hombre y el bolso. Las monedas y el hombre.
No hubo miradas de más.
Cantan. Ellas cantan. El canta en otro tono, acompañándolas.
Las escaleras, el agua y las vacas, las telas mojadas.
Las hojas de parra sostienen el mundo.
Ella reza a la pena de otra.
Todos los pies sobre el barro de fondo. Todas las pezuñas, las barcazas, todos los pasos quemados, apagando el fuego.



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Pastita de ajo, de mate y relincho. Irma la de la Aldea, la Romana, manzanas de los quinteros.
Ocho cuarenta, Irma y su moto, su culo pesado. Nueve cuarenta, sus manos mojadas, el detergente limón.
Irma venía y se iba, Irma venía y veía. Los collares de maderitas, de semillas, de lata, los oros mentira que guardaba mamá.
Los tobillos fiiiiiiiinos, la chancleta graaaaande, los gemelos mellizos y otra vez, el culo de Irma! la panza, las tetas,  la remera alavandinada, agujereada de pesto, de tuco.
Hablaba sin ganas, decía me voy señora.
Lavaste los platos? Limpiaste los vidrios? Mañana temprano! .
Comería tomate, comería batata? Qué comía Irma? Cuál era su pasta? Ignacio sufría y yo lo gozaba, los dientes de Irma!!! pastita, probala!
Pero al final del día Irma no encontraba el cepillo colgate para las muelas oxidadas.
Y entonces la espuma crecía y sobraba. Hasta que de a poco le tapo la cara.
Un día vino tarde, nadie entendía qué pasaba.
Por allá de lejos asomaba la esclava. Era Irma! lo supe por la marcha porque ni la moto ni las chancletas ya conservaba, pero tenía la rabia de entonces, todita afuera y descontrolada.
Bolita de pasto, de pesto, de tuco, de ajo, de vidrio, de lima limón, todita de sangre, de billete falso, de robo y acuse de algún patrón. Venía cargando la espuma crecida, las tardes sin macho, sin el calefón, traía la Irma toda la cantinela de las vecinas chusmas, las polleras rotas y aquel sacudón, venía bola de nieve, escarchada en baba, avanzando lento pero sin sus pausas y el barrio entero vio pasar a la Irma, la vio ahogarse y desparramarse. Cerraron las puertas, cruzaron los dedos, surcaron las calles hasta aquel desvío, entonces la Irma cayó al entubado y hasta el río grande se arrastro serena, allá va la chueca, la espuma de rabia, cuidado que llega, llega a la mar. Y si, vos podés creer que no encontró ni cardo, ni bicho de río que le ponga tope a ese avanzar. La Irma llegó a Monte Hermoso y ahí vive ahora la despanzurrada, dejando la pasta en las crecidas fuertes, entre los tamariscos se suele quedar. Pastita de Irma es la espuma marina, pastita de rabia con poquita sal.



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Cuando una vive en el aire no sabe dónde pelar la cebolla. Si dejar caer la cáscara y echarse a llorar, o mejor decir: ¡Soy un clavel del aire, no como cebolla, como del aire, no tengo llanto... pero tengo lluvia!
En el aire, entre dos mundos de nube.
Cada mundo, una nube, con sus familias, sus leyes, sus edificios.
¿Cómo pisar? ¿Dónde hacerlo?
Volá Josefina y déjate de paparruchadas. Si no podes pisar firme, Volá!. Y hace el nido de polvitos sueltos, de plumitas de golondrinas.
Volá! y no jodás más con la nube-casa. Porque no tenés zapatos para esas calles. No los Tenés.
Tenés uñas y alfileres y chichitos escondidos en el pelo y rinocerontes en los ojos. Pero no nubes en los pies.
Aire. Aire. Aire.

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Estar sobre el alambre, pega-pega, aleteando.
Ver con ojos de ciervo chueco el paisaje retorcido, los árboles fallecientes. Encontrar nuevas pendientes, corridas con liviandad. Cables espumosos, depositarios de los residuos.
Gritarle al perro, romper su inercia. Escupir los ladrillos quebrados de este cerco. Habitar la frontera desde mi estado plaga.
Voy a estirar el cogote hacia algún pájaro sediento, a empollar acá mismo al nuevo pueblo, al de las plumas sucias y las pezuñas corroídas. Vamos a armar familias emplumadas, fronterizas. Hamacar juntos al país inventado. Amigados con los pulgones, seremos una gorda línea sin resistencia, entre picos, patos, petos, putos, petetas y patones, armar por fin el hogar.
Y si el corral entonces se vuelve fiesta de baile, otra vez, la marcha, la púa punzón filosa. Otra vez el canto, la hamaca, el beso, otra vez el parto, el grito, sus ojos, otra vez y cada vez mi boca sobre el alambre, dulce.



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Por los días, por esas horas en que andan los pajarracos desorbitados, sin cables, sin cucha, me visto con las mismas ganas de entonces. Otra vez la persiana, el horno sin bollos, la lamparita, el tragaluz. Otra vez los pegotes, las colmadas antenas. No hay alertas ni meteoritos, hay lo de siempre, los horóscopos que aprendí, que olvidé y recordé cada mediodía frente a los fideos.
Estar en la boca dispuesta a salir sin encontrar el silbido.


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Mamá me va a poner los tules y dos billetes en el bolsillo.
Los huevos rotos, las cascaritas en las bolsas y por fin el licor. Para embriagarnos y despedirnos porque no sabemos decir adiós con los ojos muy abiertos.
 Mejor dejemos que vengan los carros con las latas de atún levantando tierra y nos aturdan los senos. Dejemos mejor a las latas retumbar en los estómagos, golpetear las quijadas. Dejemos que los señores se abran paso... y nosotras paso a paso sobre las gramillas regaditas.
La abuela me dio bombachas y semillas de lino, es bueno para curar hijita.
Si los sapos cantan dejemos que avancen, solo si los sapos cantan.
Y yo no supe de los bichos hasta ese mismo día en que mamá llenaba de tules a su princesa y la abuela chapuceaba misericordias sin sacarse las pantuflas.
Los sapos croaron esa noche, como croan siempre y entonces los gordos y verdes se dieron grandes panzadas en los fondos de la laguna.



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Quiero la inmensidad por inabarcable, por dejarme chiquita boyando sin eco. Así, infinito punto rojo, puntita de alfiler. Así decapitada, descontrolada, impune.
Cuando te acerques con los vestidos y me encuentres  ahuecada sin pretensiones, no me toques los hombros. Es un tiempo de pulsitos tibios, de apenas. 
Las cascaritas de la infancia se están madurando, cayeron algunas sobre los cardos, otras cayeron  y caen y más.
Esas cascaritas, las tolderías, las ventanas del recoveco, las vigas y el machimbrado, se humean. 
Por fin me alcanza el fuego.


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Y si me quedo así, de pies descalzos. Y si me voy corriendo en puntitas, pisando pelusones?. Y si mejor me olvido en este borde?, después de todo y de mi , cuantas sorpresas me reserva el mundo?

Tengo el vestido lleno de moños, la estufa, el punzón y el ungüento, tengo las molestias de las tardes sombrías con la boca llena de nada.
Nada en los vestidos, nada en los arroces, nada en los ungüentos y sin embargo los cargo como las penas y los abuelos, como las venas retorcidas de los adn, como las chapas voladas y los mejillones, cargo los piquillines que ardieron en los inviernos.
Hago un barco de tela, una carrocería de palos  sobre mis costillas flexibles, sobre mis caderas incorrectas. Podría incluso cargarme este hormigón y nada me pasaría.
Me he vuelto una viajera incorregible. No quiero aguardar el tren, no quiero sus bocinas finitas. No me sostienen ya los andenes, ni las ventanas de este café. Habito el suspenso, la pregunta, la inconformidad.
Son las ocho y cuarto de la tarde, mis polleras vuelan sobre mi cabeza, mis cuadernos se desgranan y de ellos salen corriendo los novios encarcelados. Nada en mi responde al llamado. El maquinista agita su mano. Mis pelos erizados frente a los vientos rinconeros, se ensucian de polvo.

Soy mi templo. Así me veo, suspendida y disuelta.


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Agujeritos en la arena, mojada. Mejor si están cerca de la orilla.
Ahí, en la orilla Josefina. Hay agujeritos. Mete la pala, o escarba con las manos, con las dos haces mas rápido.
Y entonces si hacia globitos, si las uñas tocaban esa cascara dura, entonces habíamos dado con una de ellas.
La almeja tiene una lengua. Rosada. Suave.
Con esa lengua escarba y se entierra. Con esa punta redondeada se abre camino. En su agujero no hay mas que una, ella, la de la lengua.
Pero el abuelo me enseño que las lenguas femeninas gustan de la compañía. Y así era que cerca de esos globitos, otra lengua y otra, en distintos pozos. Mujeres enterradas a la orilla del mar. La orilla era de las almejas y de nuestras manos, las del abuelo y mias. El balde lleno y entonces el viejo llenaba la olla de agua. Hay secretos ...Siempre los hay.
Metes todas las almejas del balde, vivas las metes. Encendes la ornalla y entonces de a fuego lento empiezan a sonar..
Las lenguas de las almejas escondidas entre caparazones. El abuelo abría la mecha y entonces esas mujeres sonaban por primera vez entre los globos del agua hervida.
Ahora sí se abren, mira. Si no las cocinas así, no las abrís ni con ganzúa.
Las almejas saben que una lengua filosa y bien guardada genera mucho fastidio en las manos de algunos hombres.





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En el barrio Bella Vista, la mayoría de las familias viven ahí desde hace mucho. Se conocen  las recetas, los zapatos, las angustias y las orejas con pelos.
Como en todo barrio hay algunos mas conocidos que otros, y otros que aunque se guarden en la cocina, se conocen igual, por guardados.
Nelly tiene una de las tiendas mas antiguas del barrio, ubicada en la esquina estratégica, la esquina del club. 
Su presencia mañanera detrás del mostrador, sus archivos diarios de los clientes, hacen de la tienda un espacio sagrado que condensa en el aire nacimientos y muertes desde hace mas de sesenta años.
La modernidad se hizo el baile en la sobra de los ojos de la abuela.  Ah, Nelly es mi abuela. 
Según la década, se resaltaba con blanco perlado, celeste perlado, azul o lila perlado. Siempre perlados.El brillo era su constante personal a pesar de todo. 
Y en los rulos!
Mi abuela siempre fue lacia como yo. Me entere hace un mes.
Toda mi vida le vi la cabeza llena de rulos, rulos raros, pero rulos. Nunca fue el rulo armado casual. Siempre la cabeza de mi abuela genero en mi cierta sospecha, hasta que entendí que eran los rulos de la permanente.
Sus rulos de permanente también dan cuenta del paso de las modas y de su tolerancia... y resistencia.
Siempre al borde del quemado pero nunca quemado.
Hoy mi abuela se animo a su pelo y con su lacio esta marcando tendencia  en el barrio.

Te queda mas moderno Nelly! Pareces mas joven!

La abuela contenta.
Hay una señora que siempre va al negocio y le admira a la abuela su cabellera.

- Abuela, por que Tita siempre anda con pañuelo?

..Ella quedo muy mal después de lo de la hija

- Se murió?

..Y si, se debe haber muerto, pero ella dice que uno de estos días va a aparecer y le va a tocar la muerta, perdón, la puerta... y que le vas a decir?... Queres un matecito? Le puse chucker...dice que aveces la escucha, quedo mal... yo le vendí ese pañuelo, debe tener mas de treinta años, tiene todas las puntas gastadas,  atacaron las polillas... ya le dije: Tita, por que no te pones otro? no te lo saques si no queres pero agiornate un poco... No, es dura la gallega, no quiere... y para el barrio ya es así "el pañuelo de la Tita"... porque algunos ni la reconocen de lo achacada si no fuese por ese pañuelo... le hicieron cuento a la Tita... dicen que todos los veinticuatro de julio el pañuelo vuela entre los cables de la calle Rincón, solo vuela, aunque no haya viento.
Lo mismo cuentan de la Coqui, esa también  tiene pañuelo pero no lo saca siempre... y, si le vas a creer a todos los que hablan, Bella Vista seria un tendal de pañuelitos blancos y viejas llorando detrás de la puerta.




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Era la manzanilla tirada al voleo, así, crecida en el descampado.
Tupida, tupidísima y el mundo de enanos.
El camino de tierra que cercaba el terreno.
La huella de la víbora, con suerte el cambio de piel.
Los hombres dormían mamadera en la boca, apilados bajo el ventilador.
Veinte pasos, tomar aire y zambullirme.
Al principio solo las casitas, los carros olvidados, un ojo detrás de un tallo.
Aguantaba el aire.
Inmóvil.
Mi hermano estiraba sus dedos, pelo al viento. Ronquido. Baba espesa.
Cantaba un gorrión, pasos a mitad de camino.
Los cuernos del ciervo sin esconderse.
Mi aire guardado.
Un enano salía, volvía a su carro y mientras se acercaba con las sandias, me ofrecía vivir allí.
Mi boca cerrada.
Mis ojos enormes.
Por favor, no nos vueles, resistí.
Dos enanos más seguían sus pasos sogas con sandias arrastradas hasta mí.
Mi padre, mi hermano, el otro, la gata que abría un ojo.
El perro lejos. Echado al calor.
Por favor y mi aire comido, mis pies anclados, la manzanilla tibia y el reino de enanos haciendo mi muerte.
No nos vueles. Resistí.
La última fruta en mi boca se iba en jugos.




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Cuando fueron mis quince, mamá quiso festejar.
"Josefina ponete el pañuelito de leopardo, ese, el gatito"
Así se llamaban los pañuelitos cortos "gatito".Iba al cuello y me daba aires de mujer, de mujer más grande y tenia leopardo, que no se lucia en mi cuello casi cubierto por la camisa de corderoy. La camisa que estrene para mis quince. No es que era una camisa de salir, pero estaba nueva. Y entonces todo lo nuevo lo usaba para salir, como si fuese de gala. El corazón estaba nuevo y de gala.
Esa noche lleve el gatito y la camisa de corderoy. La camisa volvió usada igual que el gatito.
El corazón no.




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Vinieron los gatos, las palomas, la casa y las gramillas secas, bien crocantes.
Cuando todos se fueron quedó la casona a la espera de nuevos habitantes.
Por la esquina doblaba la abuela con su maleta, iba dejando para quien quisiera seguirla pañuelos de colores, bordados a mano, aun cuando sus deditos doblados no respondían como esas fuertes agujas de su adolescencia.
Los pañuelitos quedaron tirados sobre el camino de tierra, tapados por el polvo y las huellas de los camiones que de a poco los iban enterrando.
Puedo verlos sobrevivir, insistiendo desde las puntas voladas, rotas y pobres decir:
 "Estoy acá bajo la huella, esperándote".
"Soy Nelly, veni, juntame, sacame el polvo y llevame a casa"
Pero no era sólo la abuela y sus pañuelos.
Era mamá, subida al eucaliptus de la vereda de enfrente escoltar la entrada y la salida de todos sus hijos.
Mamá quedó entre las ramas marcando el tronco con un grano de arroz, para no olvidar.
Josefina, Ursula, Manuel, Ignacio, los hijos se iban.
Un auto celeste metalizado frenó de golpe en la puerta. Nadie manejaba. Los tíos salieron corriendo de la casa y corriendo subieron al auto que arando se los llevó.
Quizás siguiendo el humo negro podría llegar a ellos, o no. Quien sabe donde ha de ir un auto sin volante.
Hubo algunos que resistieron mas.
Papá se sentó frente a la ventana. Y a cada uno que se iba, les dejaba un palito de pino, de subvenir.
Un palito de pino, puede traer todo este recuerdo.



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Ahogada, así, con hambre de pan, de harina vieja. Agujereada.
No es lo que se escucha, ni lo que viste, no es lo que toca ni lo que enfría, no esta ahí donde la buscas.
Correla un rato a ver si se cansa, correla ligero, sacudile con la onda. Dale con la soga, maneala, tirale yerba, echale estopa, que se yo, inventa una manera de retener a la desbocada.
Se te va, se te corre frente a los ojos.
Pide, pide agua, pide campo, pide seguir temblando, chilla como una foca, no, como una cerda, como una puerca, como una niña chilla la recién nacida.
Así me viene y se va, así me tiene, así zambullida, así flotante como la costilla que le prestaron. Le prestaron una costilla mamá?
Eso dijeron querida.
Las muñecas maneadas con pasto seco, los dedos dispersos, la boca del abdomen, esa mujer no puede mas, esa mujer me come el abdomen, esa mujer que corre, que grita, esa mujer me mueve los dedos, no estoy acá, correme que desaparezco.





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Vos estabas ese día, yo no.
Contame como fue. Como caían del cielo los santos pelados. Contame como se lanzaban sobre las calles con el pico afilado, las patas extendidas como aeroplanos, las uñas crecidas.
 Dijeron que estaban de rosa, que las plumas, que los ojos, que eran pelícanos, pero no.
Que las vírgenes estaban alborotadas y corrían descalzas sobre las piedras con los baldes de agua queriendo apagar el fuego.
Contame como nos desbastaronComo se abrieron paso entre los hombres,los niños.
...Queres que te cuente el cuento del gallo pelado?
No.
...Yo no dije No, yo dije si queres que te cuente...
El de los santos!,  ese es el cuento que quiero escuchar!
Completo.




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Te voy a enseñar el punto arroz. Bueno. Lo miras y depués seguís sola. Josefina. ¿Qué?. Mirá y después seguís sola. Me pierdo con los puntos y las agujas y los arroces y se me hacen nudos en la bufanda.
Respirá. Así no. Respirá profundo. Como cuando estas por llegar a Monte Hermoso y querés agarrar de una sola bocanda todas las tardes de la infancia. Respirá que hay eucaliptus en la entrada y olivillos en los médanos. Respirá. ¿Ves el camión del riego? Se está acercando a la casa del abuelo. Respirá y tejé Josefina y deja que los pensamientos pasen como la arena pasa como las tardes pasan, soltá la boca, soltá los pelos, dejá que el abuelo pase y salude, dejálo seguir, dejá la casa, la vereda, las facturas de la mañana soltálos con un silbido, soltálos cantando. Es que se me cansan los dedos y se doblan como los tuyos. Quizás. Mirá tu bufanda... ya salió a la puerta, dejála que sola se teja, que sola se anude, pero no sueltes las agujas, confía en la mano, en la panza globito de aire. Este invierno va a ser frío, dejános abrigarte.




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Era un camión enorme, con acoplado, con ruedas gigantes. Era una balanza de hierro y miles de cajones apilados. Chaucha, achicoria, remolacha, coliflor, papa, cebolla, maní, huevos y su delantal siempre sucio.
¿Que quiere la señora? en la puerta de mi casa.
Mamá con el fajo de papelitos en la mano calculaba las raciones.
¿Quiere papa? ¿quiere leche? ¿Qué quiere la señora?
y mamá callada, los papelitos volados en el piso de tierra, el perro langueteandole la mano. Yo parada en el portón, susurrando Mamá quiere papá. Y entonces ella con las rodillas en la tierra juntaba los papelitos y contaba, uno, dos , tres. Deme tres kilos de berenjena, dicen que es buena para todo.




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Beto cuidaba la cancha de bochas, la cancha de bochas del Bataraz, un quinelero conocido del abuelo.
El Bataraz tenia su casa frente a la mía, calle de por medio. Ahí vivía el Beto. Por que ahí estaban las bochas. Tenia el bigote tupido, corto y duro y una mirada gitana. No gitana no, Árabe. Tenia mirada turca. 
Beto vivía en una casita chiquita al lado de la cancha de las bochas y de la pileta. Nunca hablamos mucho, supongo que porque yo era muy chica y el era muy grande o porque la calle nos separaba.
Beto andaba en bicicleta, sobre todo a la tardecita.
Una vez le miro el culo a mi mamá. Mi mamá no se enojó,porque dijo: pobre Beto, una alegría.
Nunca entendí porque decía pobre Beto, si no era pobre. Pobres eran los otros, lo de al lado. Después entendí que cada vez que alguien le daba lástima le decía: pobre.
Beto le daba lastima porque vivía solo, y para ella un hombre solo es triste y pobre.
No sé si Beto se sentía asi cuando le miraba el culo a mi mamá.




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Mamá, me voy a jugar con Carina. No. Con Carina, no. Tiene piojos. Yo también mamá. Por eso. Están todos tus hermanos con piojos y vinagre en la cabeza. 
...Y granitos de arroz. Porque los piojos están gordos por el arroz. No Josefina, los piojos comen tu sangre. Ah. Y esa tarde escuché a una maestra que si un chico tiene muchos piojos se puede morir desangrado. Carina tiene muchos piojos. Y toda la familia. Son pobres y los pobres tienen sangre que les gusta a los piojos. Eso también lo escuché. Pasa al frente Josefina. Y yo, con los sapos que me saltaban en la panza y me enredaban los intestinos, que Tata no escuche cuando la señorita me saca un piojo y se lo revienta en la uña perlada. Con ese piojo muerto se moría mi esperanza de amor. La piojosa, pero no era pobre. No importa. Sos la piojosa y más piojosa volvés de la casa de Carina.

Carina vivía al otro lado del alambre. En un rancho mitad de chapa y mitad de porlang. Porlan decía la abuela. Mamá decía Porlang. Tenía una hermana tuerta, un hermano gordo y un hermano bebe. Una vez encontré tirado entre los pastos una chapa con el nombre de una señora. Mamá me dijo que el papá de Carina se robaba las placas de las tumbas para vender. Pero esa estaba tirada entre los yuyos. Como Carina cuando se escondió de la madre con una torta frita en la mano y yo la vi del otro lado del alambre y fui y la mamá me invito a comer torta frita pero me dijo que me esconda que no había para todos.



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La cabeza inclinada hacia atrás, sola en el baño. Las puntas del pelo, el cuerpo sin miedo, iban y venían acariciando mi huesito dulce. Mi pequeño erotismo. Bajo llave. 



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Lavarme la cabeza tres veces al día en el verano, y sacarme la sal del agua de pileta por si un amor pasaba por la puerta. Mientras me bañaba espiaba por la ventana del baño. Y me decía: Que no sepan que hago esto por amor. Y otra vez la espuma del shampoo. Y los pelos mojados




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Pelos lacios que dieron vergüenza. Porque provocan y me provocan. Porque son y pueden morir. Subvierten.
Lo muerto no muere dos veces.
Recuerdo el erotismo de mis pelos jóvenes, de mi joven con mis pelos lacios, de no saber cómo controlar hasta que aprendí. Y controlé. Y mis pelos lacios vivieron en mi, desterrados de todo erotismo, fuera de la foto, por mucho tiempo.



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Los pelos de las piernas, los pequeños pelos, los pelos bien tirados, los de pelambre dura, los pelusones, los pelinpanfludos, los pelilargos, los pelotones, los pelufos y pelicortis, los pelandrines y pelotudos, tantos pelambres de pelos apelmasados, los pelos despelados se pelean. Los pelos de las pelotas, de las petetas. Los pelos pelanches, pelitos, pelos de nuestras madres y de sus tetas. Pelos, nuestros, muertos. Pelusones aviadores y trepadores. Maraña de pelos, los tuyos los míos, los nuestros.



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Ella tenia el cabello para esconder a sus hijos.
Lacio, larguísimo.
Las mujeres de la limpieza ayudaban en las cepilladas, entre dos ataban la cola, alambre dulce, ese usaban. Cargado sobre los hombros iban depositando el hermoso trofeo alrededor de la cabaña. 
Ella dormía.
Ventana abierta, cascada lacia, caída, las mujeres deslizadas continuaban la tarea.
Sonaba el despertador, siete y cuarto, hora del colegio. Se abría la puerta y uno a uno los niños, lanzados al deber, zambullidos, sorteaban el lazo.
Los veía asomar entre la marea de pelo cepillado. Dos por uno dos, dos por tres cuatro, dos por tres seis... y el canto lejano, hasta desaparecer.



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En la casa de mi infancia habitaban gorriones y los leones de mi hermano. Del eucalipto colgaban los ojos de mi tercer amor, desde el baño de la cabaña podía verlo, vergonozoso, espiar todos mis movimientos. Para él me lavaba el pelo tres veces, cada tarde, cada verano. Cuando mamá salía al patio, yo entraba, y me iba en sueños bajo la ducha y el jabón.



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...y las piedras de la calle camino a la playa, la ventana abierta, las pelotitas de esa planta que acompañaba cada verano. El sulqui a las ocho, el saludo del abuelo, las liebres escondidas aguardando el arroz del mediodía.
Las mujeres salíamos de a poco, cada una de su escondite, cargando sombrillas, chancletas, novios abandonados, bronceador de coco, el mate hirviendo mas el calor de la arena, mas la tibieza del pecho, la rabia arremolinada enjaulada en tules viejos.
Mujeres de sopa, liquidas, asomaban detrás del médano.
 El abuelo no.Papá lejos, imaginado. 
La playa siempre fue de las mujeres de la casa. Conocí los sapos en la panza, los horizontes lejanos, los amigos de la tía, las amantes del abuelo, todos compartíamos el mar. Los cornalitos sin ojos en las manos de mi hermana, los castillos con puentes y tiburones que mamá odiaba porque los castillos estaban bien y protegidos hasta que por el canal se acercaba el tiburón y rompía los sueños de sus princesas.



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Mamá me va a enseñar a como se besa un santo. ¿Y si no quiero?. Abuela me va  ensañar como se besa un santo. Pero dije que no quiero. ¿Lo llamo a papá?
No, a ver vos mamá cómo se besa un santo?
Imaginando Josefina

2 comentarios:

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  2. Gracias Jose por el momento hermoso que me regalaste mientras te leía, fue como hechar un vistazo a tu alma!!!!
    te quiero Cuchifina!!!
    Caro

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