(Resumen)
NOTA DIARIO
TEATRO › SEPTIMA EDICION DEL CICLO OPERAS PRIMAS EN EL CENTRO CULTURAL RICARDO ROJAS
Un espacio para las nuevas creaciones
Doberman, de Azul Lombardía, Derrotero o Las ausentes, por Juan Ignacio Bianco, y La Marea, último corte, de Josefina Recio, suben a escena y desafían los límites de la creación teatral.

Umpierrez conoció La Marea en el 2011, cuando fue jurado del Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia, y la sorpresa fue inmediata: “Al leerlo quedé impactado. Su textualidad tiene una libertad que no respeta los límites del teatro. Mucho de lo que escriben las nuevas generaciones se anticipa a futuros problemas de producción y montaje. Es un material completamente libre desde su concepción y eso obliga a la autora a ingresar en un territorio visual y de composición actoral, muy alejado de las propuestas convencionales”, advierte sobre el material ganador de una mención especial en el certamen dedicado a autores argentinos menores de 36 años, organizado por el Festival Internacional de Buenos Aires y el Rojas.
Actriz y realizadora audiovisual, Josefina Recio debuta como dramaturga y directora con una pieza en la que el trabajo actoral y el tratamiento visual son igualmente esenciales a la hora de narrar. La Marea, último corte (sábados a las 21 en la sala Cancha) nació en el marco del taller de dramaturgia de Marcelo Bertuccio, en el que tuvo una imagen precisa. La de una nena parada sola frente al mar en una playa desolada e invernal, en cuyos ojos se refleja un bote pequeño que la contiene. Recio conoce muy bien esos paisajes de playas frías y desangeladas como las de Monte Hermoso, a cien kilómetros de Bahía Blanca, donde creció. “La propuesta de Marcelo (Bertuccio) fue trabajar desde lo sensorial: es decir con todo lo que yo podía ver, escuchar e imaginar a partir de esa postal dejando por un momento de lado la racionalidad, que vendría después. La intención fue no manipular el material, ser lo más honesto posible”, cuenta a Página/12. Así fue llegando a la relación entre un padre pescador que se resiste al crecimiento de su hija, ya en edad de desprenderse, y esta, que siente culpa por alejarse. El recuerdo de la madre muerta está muy presente al punto de que el hombre confunde a su hija con ella. “La obra no juzga a los personajes, más bien los expone y hasta la chica comprende a su padre”, destaca la autora. En ese contexto, los silencios adquieren tanto peso como las palabras y las imágenes son cruciales. “Fuimos a filmar a Monte Hermoso e hicimos una suerte de collage que resta realismo. Son imágenes oníricas en blanco y negro que se proyectan a través de un agujero en una pared”, explica.
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